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OBRAS > HISTORIAL DE OBRAS

UMBRÁCULO EN CERCEDILLA · 2/10/2014

Hace unos meses tuvimos la oportunidad de visitar el umbráculo de Cercedilla acompañados por María Luisa López Sarda. Ella no lo visitaba desde su construcción en el año 1979 y estaba especialmente emocionada. Allí nos explicó las intenciones de este proyecto que se ha convertido en un referente de la arquitectura madrileña contemporánea. Javier Vellés y María Luisa utilizaron los recursos que tenían a su alcance y se vieron condicionados por las exigencias de los ingenieros forestales. Nos comentó las modificaciones al proyecto que tuvieron que incorporar durante la obra. A pesar de ello, el umbráculo es un ejemplo de arquitectura despojada de aditamentos.

Os presentamos a continuación el texto que nos envió Javier Vellés.

Memoria

El encargo: Era el año 1975, me había visto obligado a abandonar el gabinete de proyectos de la Obra Sindical del Hogar, que dirigía el arquitecto Antonio Vallejo. Yo había trabajado allí, tres años, muy a gusto, con mis compañeros de carrera, José Carlos Velasco y Alfonso Valdés, y con otros arquitectos, aparejadores, ingenieros, delineantes y administrativos. Había redactado unos cuantos proyectos de escuelas de formación profesional y dirigido las obras. Y me quedé con cierta experiencia y sin trabajo. Por las mañanas, empecé a dar clases de dibujo técnico en la ETSAM. Por las tardes, tenía tiempo libre. La arquitecta María Luisa López Sardá (en adelante, Pispa), recién casada con mi amigo José Carlos, tenía un encargo del ICONA (1) y me propuso que lo resolviéramos a medias. Su padre, Filiberto López Cadenas, ingeniero de montes, nos presentó a su colega Antonia Aldama, ingeniero jefe de los montes de Cercedilla. Querían hacer una instalación que atrajera a los excursionistas, para que se reunieran en un lugar, en vez de dispersarse por el monte público. Decían que, así, sería más fácil controlar el comportamiento de los que deterioraran el bosque o las negligencias de los que pudieran provocar los temidos incendios. Proponían construir una piscina, unos vestuarios, un botiquín, un merendero y un almacén de venta de leña para las barbacoas. Visitamos el lugar en el que querían instalar los “servicios recreativos”: un bosque maravilloso de pinos silvestres, en la ladera meridional de la sierra de Guadarrama, encima de Cercedilla. Fuimos a ver que construcciones hacía el ICONA en sus dominios. Eran construcciones de albañilería modesta y convencional que revestían con costeros de tronco para que adquirieran un aspecto rústico, a lo Davy Crockett. Decidimos que, para hacer aquello, no nos necesitaban, y que teníamos que proponerles otra cosa.

El proyecto: Creíamos que se podrían hacer unos pabellones, totalmente de madera, cuya construcción fuera fácil. Lo ideamos rápidamente, dibujando croquis a lápiz y planos precisos a rotring. Recuerdo las fuentes de inspiración: el umbráculo del parque de la Ciudadela (Josep Fontseré, 1883), en Barcelona; la poltrona Negro, rojo y azul (Thomas Rietvel, 1917) y el cuadro Guitarra y pipa (polka) (George Braque, 1921-22).

Conocido el emplazamiento previsto, pensábamos que, para llevar a cabo el conjunto, el mayor claro del bosque lo ocuparían las piscinas, que necesitan un espacio despejado y libre de pinocha. Suponíamos que, para edificar los pabellones, habría que talar unos cuantos pinos. Pretendíamos que el número de árboles sacrificados fuera el menor posible y que la madera que se sacara sirviera para la construcción. En una excursión de la Escuela, habíamos disfrutado visitando el umbráculo de Barcelona, lugar encantador, con sus finos peines de sol y sombra que recordaban a la luz entreverada de los pinares. Evocando aquello, queríamos hacer un entramado sistemático de listones y tablas que, protegiendo los pabellones, devolviera la umbría robada. Esto permitiría que los locales tuvieran un techo traslúcido con el claro-oscuro de los rayos tamizados, como en el bosque.

Se habló de que la construcción la realizarían los guardabosques de la plantilla del ICONA, con sus capataces, y que, Juan Vielva, el ingeniero de la zona, fuera el jefe de obra. Gentes inteligentes, jerarquizadas y bien organizadas, pero que no eran carpinteros expertos. Había, pues, que proyectar un sistema de construcción ordenado y sencillo. Convenía la repetición sistemática de una manera de hacer a la que pronto se cogiera el tranquillo. Admirábamos la célebre poltrona de Rietvel, Negro, rojo y azul, constituida por listoncillos y tableros que, sorprendentemente, se unían adosándose en los cruces, aparentemente, sin ningún ensamble. Nuestra construcción iba a ser algo así, pero sin trucos. Un haz impar de palos cuadrados se cruzaría con otro haz par. Más palos en los tramos largos, y menos en los cortos. En el centro de los cruces: taladros y pasadores de acero con escudos y tuercas; y los nudos quedaría firmemente atados. Todos los palos serían de la misma escuadría: listones de 6 x 6 cm. Las longitudes, variables, por series. Los listones formarían entramados ortogonales a lo largo, alto y ancho del conjunto. Las tracciones diagonales se absorberían con barras, moderadamente finas, de acero macizo (F14), con los extremos espadados y perforados, sujetas por los mismos pasadores. El entramado total, a pesar de su ligereza, estaría arriostrado en las tres direcciones del espacio y, como las leves alas de un biplano antiguo, podría aguantar fuertes rachas de viento sin desbaratarse. Hicimos una memoria de cálculo. Nicolás Cermeño, que entonces era estudiante de arquitectura, nos ayudó. Presentamos unas láminas muy claritas que explicaban las solicitaciones consideradas y el teórico comportamiento de la estructura frente a las fuerzas. Los ingenieros no se fiaban. Suponían que un edificio tan liviano no podía resistir fuertes cargas de nieve. Nos exigieron que construyéramos la maqueta de un módulo, con sus elementos de madera y metal, perfectamente a escala, para ensayarlo, cargando hasta la rotura. Jose Carlos y yo, éramos aficionados a las maquetas de barcos y la prueba me divertía. Usamos finos listones cuadrados y tablillas de cedro (la resistencia del cedro es algo menor que la del pino silvestre), y alambre de latón (la resistencia del latón también es inferior que la del acero). En presencia de los ingenieros, sometimos la maqueta a la carga proporcional que se exigía. Había que comprobar que el edificio soportaría el peso de una gran nevada. No pasó nada. Duplicamos la carga, la triplicamos, y seguía sin producirse el colapso. Parecía que, aunque fuera en Siberia, nuestra construcción aguantaría la nieve que le cayera encima. Les dio pena destruir la maqueta y no llegamos a la rotura. El ensayo fue un éxito.

Mientras yo daba clase en la Escuela, Pispa acababa de traducir al español, para Gustavo Gili, un libro que estaba de moda: Arthur Dresler, Colin Rowe y Kenneth Frampton, Five Architects. Eisenman Graves Gwathmey Hejduk Meier, New York Oxford University Press, 1972. En aquel libro, veíamos que los neomodernos estadounidenses daban un valor artístico a los planos que nos resultaba muy atractivo. Y que la supuesta belleza de sus trazados estaba emparentada con el neoplasticismo y con el cubismo.

Incitado por Oíza, yo había comprado, en un anticuario de Pollensa, una estupenda litografía del cuadro Guitarra y pipa (polka) de Braque, que casi era del mismo tamaño que el original. Pinchamos aquella reproducción en la pared del estudio. Y, mientras pergeñábamos la planta del conjunto, si levantábamos la cabeza, la imagen estaba presente. Y la relación entre las formas de la piscina partida y la de una guitarra descompuesta a la manera de Picasso, Braque o Gris, fue consciente.

(1) El Instituto para la Conservación de la Naturaleza (ICONA), antes de 1971, era la Dirección General de Montes. Con la creación de las Comunidades Autónomas, se extinguió en 1991.

Ubicación aproximada:

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Ficha técnica

Arquitectos:
López Sardá, María Luisa (1)
Vellés, Javier (1)

Colaboradores:
Nicolás Cermeño

Tipología:
Equipamiento deportivo (10)

Cliente:
ICONA

Situación:
España (136), Comunidad de Madrid (21), Las Dehesas, Cercedilla, Madrid

Superficie construida:
1060 m2

Año de finalización:
1979

Fotografía:
Alfonso Quiroga, Jesús Gallo y cedidas por el estudio de Javier Vellés

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