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OBRAS > HISTORIAL DE OBRAS

CIUDAD UNIVERSITARIA DE CARACAS · 6/5/2014

Conformada por unos cuarenta edificios, la construcción de la Ciudad Universitaria de Caracas fue un prolongado proceso que se inició en 1945 y se extendió durante quince años a lo largo de los cuales la propuesta inicial fue sufriendo diversas transformaciones, intentando, eso sí, ceñirse a los criterios académicos del primer plano, de 1943. En éste, el eje principal partía de la zona médica, origen de toda la composición y ubicada al oeste, dirigiéndose hacia el este con los edificios del Rectorado, Aula Magna y Biblioteca Central en el centro. Frente a estos se ubicaban las diferentes facultades y las viviendas y áreas de servicios, hasta llegar finalmente a la zona de deportes con unos grandes estadios. Al norte del conjunto se encontraba el Jardín Botánico. Todo ello se respetó aunque dotando al proyecto de mayor complejidad y elaboración tanto en el conjunto urbanístico como en las edificaciones.

El resultado fue una unidad conectada por pasillos cubiertos, donde los edificios están plenamente integrados con los jardines y las obras de arte constituyendo un urbanismo dinámico y fluido, en el que, desde el principio se tuvo en cuenta la presencia del automóvil, por medio de una sucesión de calles curvas, y de zonas peatonales que conectaban a los diferentes grupos de edificaciones a lo largo de los jardines.

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SOBRE LA CIUDAD UNIVERSITARIA DE CARACAS por Oscar Tenreiro. Enero de 2011

I

La Ciudad Universitaria se comenzó a construir con el Hospital, en 1945-46, siguiendo un esquema académico propuesto por Villanueva en 1944. Ese enorme edificio, para 1000 camas, apegado a una visión hospitalaria técnica, rígida, derivada al parecer de una asesoría norteamericana de la cual Carlos Raúl Villanueva no logró independizarse, es desangelado, muy poco interesante. Él mismo lo consideró un problema que trató de maquillar con la policromía a lo Max Bill que realizó con Mateo Manaure (1) a fines de la década del cincuenta. Sus patios internos son tristes, demasiado altos sus bordes, y su organización laberíntica. Y si pudieran elogiarse las condiciones climáticas de las salas comunes de hospitalización, originalmente sin aire acondicionado, hay pocas cosas en él que merecen ser citadas. Paralelamente se comenzó la zona médica en la cual comenzó a expresarse una visión de la arquitectura más asociada al lenguaje moderno a través de la arquitectura brasileña, que inicia una etapa que habría de justificar el valor universal de Villanueva como arquitecto. El Pabellón del Brasil en la Feria de Nueva York de 1939, de Lucio Costa-Oscar Niemeyer es una referencia que influyó algunos de los edificios, como también ocurrió con los de Pampulha (1943) de Oscar Niemeyer, en el caso del comedor universitario en el otro extremo del conjunto, construido para uso de los atletas de los Juegos Bolivarianos de 1951. Pero es en los estadios de la zona deportiva, también construidos para los juegos, donde hay una adhesión radical a la modernidad. Focalizada en la figura y obra de Le Corbusier, a quien Villanueva admiró y siguió en términos doctrinarios, y enriquecida por muchas otras fuentes. Ese salto radical desde el academicismo, lo lleva a romper con el esquema ordenador inicial, insertando casi como un obstáculo el conjunto del Aula Magna, y desarrollando después las Facultades (de las cuales sólo Ingeniería se había avanzado parcialmente), de un modo muy libre y ya sin sujeción alguna al Plan Maestro original.

II

El conjunto Rectorado, Plaza Cubierta, Aula Magna, Biblioteca, es, podemos decir, el hueso de la Ciudad Universitaria. Es además un ejemplo de la enorme variedad de caminos que abrió el Movimiento Moderno, cualidad ahogada por la avalancha de simplezas que se diseminaron en tiempos del asalto posmodernista. Villanueva, en sincronismo (2) con las exploraciones de Alvar Aalto de ese mismo período (Otaniemi, Jyväskila y más adelante Seinajöki) aborda el problema de la concentración de un grupo de instituciones de servicio público, volúmenes arquitectónicos disímiles, con una libertad geométrica que se distancia del modo más dogmático de entender los postulados modernos. Si pudiera decirse que ya en la arquitectura brasileña estaba el germen de una actitud análoga o que, incluso, la búsqueda de la libertad formal era un hecho en la arquitectura de Oscar Niemeyer, lo que logra Villanueva aquí no tiene precedentes. Del mismo modo como Aalto convierte los pasillos, vestíbulos, sitios de intercambio, en un continuo espacial que concilia las orientaciones diversas de los edificios, así Villanueva procede con los accesos al conjunto a través del edificio del Rectorado o desde el espacio verde que separa de los edificios de las Facultades, usando el sistema de circulación y los distintos vestíbulos como pretexto para crear la Plaza Cubierta, un foro abierto al generoso clima de Caracas, lugar de sombra, con luz natural a través de pequeños patios donde reinan importantes obras de arte, que sirve a la gran sala del Aula Magna, al Paraninfo y los demás elementos del conjunto. Aalto lo hace en Otaniemi de modo más restringido, protegiéndose de un clima ártico, Villanueva se abre hacia un ambiente natural amable, acogedor: la Plaza Cubierta es interior y exterior a la vez, como es el modo de vivir en este lugar del mundo. En ese preciso sentido la Plaza Cubierta es un logro clave de la arquitectura de los trópicos.

(1) Pintor venezolano (1926), cultor en esos tiempos a la pintura abstracta, que trabajó con Villanueva en la Ciudad Universitaria.

(2) El sincronismo es el descubrimiento simultáneo de una innovación, de un rasgo particular, por parte de personas sin contacto directo y alejadas geográficamente. Se da con frecuencia tanto en el campo de la ciencia como en el del arte y fue inicialmente estudiado por C.G. Jung. Al respecto puede ser útil leer "Sinchronicity" de Allan Combs y Mark Holland, Paragon House, New York, 1990.

III

He resaltado con frecuencia la singularidad de abrir un auditorio como el Aula Magna, con 2.600 puestos y utilizado intensamente como Sala de Conciertos (en la gira de la Filarmónica de Nueva York por América Latina, de mediados de los años cincuenta, Leonard Bernstein la elogió sin reservas), prescindiendo de cualquier barrera separadora, hacia un espacio público, la Plaza Cubierta. Esta decisión de diseño, facilitada, insistimos en ello, por el clima de Caracas y el carácter de recinto de la Plaza Cubierta, anula la sensación de exclusividad, de santuario lejano y recatado, que dan en general los vestíbulos de las Salas de Concierto. Se logra así un vínculo informal entre interior y exterior, que favorece en el oyente una percepción más cotidiana, menos rígida, democrática, del contacto con la música, aspecto que fue criticado en su día para convertirse hoy en fascinante. Eso sin hablar del interior, de difícil (por razones acústicas) planta en abanico, coronada por las conocidas "nubes" de Alexander Calder. Es un sitio ajeno a todo tipo de refinamiento, con acabados muy simples (madera y enlucidos de yeso blancos, pisos de cerámica color terracota) y una iluminación básica, fluorescente, muy plana, embutida en el plafón, completada por luminarias incandescentes con reductores, que logra convertir ese plafón por encima de las coloridas nubes de formas libres, en el "cielo" de fondo que buscaron Calder y Villanueva. El resultado final, cuyo origen es la búsqueda de una solución acústica (que resultó excelente) es un logro artístico que no puede calificarse sino de triunfo. Vivirlo, y no creo exagerar, invita a la alegría; el espacio se muestra exultante.

IV

Si uno va hacia la Biblioteca por la Plaza Cubierta tiene a la izquierda a la Sala de Conciertos, de 400 puestos, con su hermoso plafón de madera, resonancia de la Biblioteca de Viipuri de Aalto, que le da una calidez de pequeña escala, ideal para música de cámara.El Paraninfo para actos protocolares es un volumen pequeño definido por vigas aporticadas de las cuales se suspende el techo. Está adyacente a los accesos desde el Oeste a la Plaza Cubierta junto a un pequeño patio en el cual destaca la hermosa escultura de Jean Arp, "Pastor de Nubes". En estos patios, repito, el arte es el protagonista, consecuencia del apego de Villanueva a la idea de la "Síntesis de las Artes". Y los cincuenta eran tiempos en los cuales el cultivo del arte abstracto, intrínsecamente afin a la gramática de la arquitectura, se encontraba en su apogeo. Los artistas que escogió Villanueva cultivaban esa visión o se acercaban a ella desde una figuración abstracta. Y contando con un fuerte apoyo institucional para buscarlos del más alto nivel, lo hizo orientado por su certera capacidad de comprensión del fenómeno artístico. Hay nombres internacionales de mucha importancia y los de los venezolanos son parte notable de nuestra historia. Y si pudiera decirse que en algunas de las experiencias sucesivas, en las Facultades, el arte puede ser visto como aditamento en algunos casos prescindible, en esta pionera experiencia es parte inseparable de la arquitectura.

En todo caso, la relación entre la arquitectura y el arte, expresado en murales, esculturas, policromías interiores y exteriores, es uno de las distintivos más notorios de la Ciudad Universitaria, sobre el cual mucho se ha escrito.

V

La Biblioteca refleja un esquema que estuvo en boga en ese tiempo, y su exponente más publicitado era en los años cincuenta la Biblioteca de la Ciudad Universitaria de México, de Juan O'Gorman (1905-1982), cuya poderosa imagen con el enorme mosaico circuló profusamente por el mundo poco tiempo antes del Proyecto de Caracas. Villanueva sigue un principio organizador más bien convencional, y muy conservador en el mundo bibliotecario, separando enteramente, como lo hizo O'Gorman, los depósitos de libros incluidos en el volumen prismático de la torre, de las Salas de Lectura accesibles desde Planta Baja, que se extienden en dirección diagonal, nunca equipadas adecuadamente como ha sido el caso de casi toda la Ciudad Universitaria. Villanueva afirma la presencia del volumen con un color radical, el rojo, y la ausencia de él, el negro; dejando sin embargo la estructura a la vista, gesto que en cierto modo define su visión de la arquitectura como ajena a la búsqueda del efecto, en este caso, el de la "limpieza" del volumen prismático.

La Biblioteca anuncia lo que serían las Facultades, que siguen un esquema característico: los accesos, recepción, servicios generales y de extensión ocupan la planta baja, y de ella surge la torre de aulas. Pero el rasgo que convierte a cada edificio en experiencia individual, análoga a la de la Plaza Cubierta, es el modo de articular los distintos ambientes mediante un espacio síntesis que unifica accesos, distribución, circulación, intercambio y ambientes de reposo, y fluye en distintas direcciones sin que apenas se perciba el impacto de la huella de la torre de aulas. Son en general espacios inundados de luz natural filtrada mediante el uso (típico toda la Ciudad Universitaria) del bloque de hormigón horadado, y pequeños patios, donde, de nuevo, destacan obras de arte. De dimensiones generosas, cruzados por ventilación natural. Coincido en que la expresión más lograda de este principio, es la de la Facultad Arquitectura (1957), en la cual en ese mismo nivel de acceso están los talleres docentes, concebidos a la manera de los talleres de arte, con techos de concreto laminar sinuosos o quebrados que ascienden hasta captar luz natural a través de altas ventanas.

VI

Los pasillos cubiertos identifican a la Ciudad Universitaria. Sus estructuras cambian en los distintos sectores, un rasgo que desconcierta. Desde el acceso principal y hasta la Plaza del Rectorado es una bóveda longitudinal que salva una luz importante entre apoyos inclinados que surgen de la colina, proporcionando una grata sensación de visera que orienta la vista hacia los espacios que conducen hasta la Plaza Cubierta. En los lados de Ingeniería son bóvedas livianas que se van sumando en el sentido de la circulación. Cerca de Arquitectura simples losas de leve inclinación y luces pequeñas. Y en la zona central, más densa, losas onduladas prefabricadas en sitio, de gran luz, que se sostienen en vigas en voladizo que se apoyan en una sola columna de gran tamaño con un tensor asociado, en algunos casos tan cercanas a los edificios que cumplen un papel agresivo. Su diseño, particularmente en este caso, parece haber sido una experiencia independiente de la arquitectura a la que sirven. Y sin embargo se han convertido con el tiempo, y sobre todo en esa zona central, en concurridas calles que funcionan como sitios de intercambio con improvisados comercios que contribuyen a su intensa vida pública.

Estos pasillos son una respuesta al clima, proporcionan sombra bienvenida en estas tierras, necesaria para hacer las paces con el clima amable de Caracas. Hay en ellos expresada la misma intuición de la Plaza Cubierta: espacios intermedios que por ser tan amplios, en especial los de losas onduladas, trascienden su uso como circulación para convertirse en animados sitios de intercambio. Es un aporte de Villanueva análogo a los grandes pasillos del Parque de Ibirapuera de Niemeyer en Sao Paulo, que no ha visto emulación en la arquitectura pública posterior venezolana, escasísima y castigada por una visión de los costos populista que como una pesadísima carga se ha hecho cargo de la cultura política del país.

VII

Mariano Picón Salas el gran ensayista venezolano, dijo, refiriéndose a la fecha de muerte del dictador Juan Vicente Gómez, que Venezuela había entrado al siglo veinte el 17 de Diciembre de 1935. A mediados de los cincuenta, el país recién comenzaba a equiparse en términos modernos, con escasos cuatro millones de habitantes. La arquitectura como profesión era casi desconocida en comparación con Chile, Colombia o Perú, para no hablar de Méjico, Argentina o Brasil. En torno a 1950 apenas había en Venezuela una docena de arquitectos y La Facultad de Arquitectura fue fundada en 1946 dos años después del primer y único Plan Maestro de Villanueva de1944. El grueso de la Ciudad Universitaria se terminó cuando apenas habían salido de ella dos promociones de arquitectos. La construcción estaba en manos de inmigrantes europeos, excelentes artesanos casi siempre, pero sujetos a normas y condiciones técnicas muy atrasadas que fueron modificándose a medida de las exigencias. Empresas constructoras extranjeras (como la danesa Christiani y Nielsen para el Aula Magna) tuvieron a su cargo buena parte de los principales edificios de la Ciudad Universitaria, en los primeros cincuenta. Y se importaba del exterior un porcentaje muy alto de los insumos.

La oficina de Villanueva en el Instituto de la Ciudad Universitaria la componían él y unos pocos dibujantes, entre ellos Juan Pedro Posani (1932) quien a la postre se convirtió en importante colaborador. Parece un milagro que esa haya sido la oficina responsable de un conjunto de tanta importancia, a pesar de contar con el apoyo de muy buen nivel de los ingenieros venezolanos de la sala de cálculo estructural del mismo instituto, entre los cuales destacaba un extranjero, el suizo Rodolfo Kaltenstadler, responsable principal de la compleja y avanzada estructura del Aula Magna. O la de la oficina venezolana de ingeniería, pionera y muy calificada, de Otaola y Benedetti. Condiciones de trabajo que explican la necesidad de resolver detalles en sitio y las imprevisiones técnicas, sumadas a la constante interferencia de las decisiones políticas. Una situación que nos descubre la singular capacidad de respuesta y adaptabilidad de Villanueva.

Y también explica muchos aspectos de su desempeño personal que estuvieron en el origen de algunas de lasparticularidades que nos intrigan y en ocasiones golpean. Porque también Villanueva sufrió una transformación análoga a la del país y en cierto modo fue madurando con él. Un proceso que, por tratarse de una sociedad que apenas se asomaba a la experiencia como formación de una cultura, podía expresarse en la esfera pública sin temor a cuestionamientos, como "saltos" de origen personal. Y es que Villanueva hacía gala de una actitud casi deportiva ante las contradicciones de su arquitectura, que parecían no preocuparle. Como si quisiera auto-refutarse a medida que maduraba su lenguaje. Para superarse a sí mismo, como siempre es necesario, el contexto le permitía manejar esa opción. Algo que podría ser para nosotros, los arquitectos de hoy aquí, una fuente de reflexión sobre la conducta a seguir, enfrentados a una realidad siempre contradictoria donde la arquitectura pública sufre continuas interferencias, siempre limitantes y con frecuencia absurdas.

VIII

Y en la Ciudad Universitaria hay lagunas y omisiones. Por ejemplo el esquematismo de los programas de necesidades de las Facultades, concebidos en tiempos de dictadura, con escasa conexión con las comunidades docentes. O la aparente ausencia de un Plan Maestro si pensamos que sólo se conoce el del 44. Oposiciones que se hacen incómodas, como la que existe entre la Facultad de Humanidades y Educación de dos pisos, y la de Ingeniería, justo enfrente, de tres pisos. Alturas disímiles y características de diseño contrastantes, lo que aparentemente induce a Villanueva a insertar despiadadamente, como vínculo que oculta las disonancias y se impone por sí mismo, el gran pasillo cubierto de losa ondulada.

O indefiniciones. La Plaza del Rectorado por ejemplo, no era al principio una Plaza sino un estacionamiento, sin que Villanueva haya expresado, que se sepa, intenciones de transformarla, hasta que se logró en 1985, diez años después de su muerte. Como también lo era la zona verde actual frente a Arquitectura modificada en esas mismas fechas.

Las conexiones del conjunto con la ciudad sólo están resueltas en uno de sus flancos, el que da a la cara Norte, más bien como resultado de la topografía, mientras que para los demás hubo sólo muros y cercas, todavía hoy.

A comienzos de los sesenta llegaron incluso a construirse edificios casi sin concierto, como el de la planta de ensayo de materiales de la Facultad de Ingeniería, de mínimo interés. acuñado en un rincón de los accesos desde el Sureste, hoy en día un lugar muy deprimente, --marginal, cruzado diariamente por miles de personas..

Hay también muchos asuntos de diseño y organización que son errores evidentes y omisiones técnicas que no interesa precisar aquí. Porque los proyectos de Villanueva eran sorprendentemente esquemáticos. Confiaba en los ajustes y correcciones de obra, que a veces no se producían por falta de apoyo o presiones de tiempo.

Pero pese a todas estas cosas negativas, son las grandes decisiones de diseño las que dominan por encima de la confusión o el escaso rigor de los detalles. Los errores o torpezas no logran opacar una percepción unitaria de signo más que positivo.

El porqué de esa eficacia lo explica el que los equipos encargados de la construcción eran muy capacitados. Si no recibían instrucciones precisas venidas del Proyecto, podían tomar decisiones de modo autónomo manteniendo una calidad de ejecución superior. Ese pedazo de Venezuela fue construida por gente venida de otras partes dispuestas a dar lo mejor de sí. Y en toda arquitectura el buen-construir se convierte, podríamos decir, en un escenario de fondo neutral que nos dirige hacia lo más general, lo que más importa, las voces principales del edificio.

Y en este punto parece imprescindible preguntarse, desde estas experiencias de un pasado cercano venidas de sociedades que apenas balbuceaban su identidad, si tiene sentido la ansiedad generalizada hoy en el Primer Mundo por promover una arquitectura de espectáculo en la que una sola concepción del diseño, fuente potencial de uniformidad y hastío, reina en todos los confines del edificio. No estaría mal que la crisis de la opulencia nos asomara a una visión de la arquitectura más abierta a la complejidad de la vida.

IX

Dos arquitectos de España, uno de ellos conocedor de nuestro país, en un acto con motivo de la exposición sobre Villanueva que se abrió recientemente en Barcelona, movidos tal vez por la fascinación que desde lejos suscita el discurso del régimen militar autoritario que controla hoy a Venezuela, llegaron a decir que la Ciudad Universitaria estaba "por fin" abierta al pueblo.

Desde sus inicios, la Ciudad Universitaria fue expresión de una Universidad abierta hacia todos los venezolanos. El dictador en esos tiempos, Marcos Pérez Jiménez, como me lo manifestó en una entrevista que le hice en Madrid en 1994 (3), decidió respetar la presencia de Villanueva en las obras, venida de tiempos de democracia, aunque insistió en que no era su arquitecto (4). Y su régimen, autoritario y represivo, no pudo evitar que en ella prosperara un enclave rebelde que alimentó los acontecimientos que comenzaron en la Plaza Cubierta el 21 de Noviembre de 1957 y a las pocas semanas culminaron en el derrocamiento de lo que pensamos sería nuestra última dictadura. En lo sucesivo, con mayores o menores dificultades, fue un espacio democrático, generoso, accesible a todos. Más allá de las simplezas de quienes pronuncian palabras de ocasión, resalta el hecho actual e inexplicable de que en doce años con ingresos en dólares que casi llegan al billón, el régimen actual no haya destinado ni un centavo a la urgente necesidad de renovación de este conjunto. Eso es lo que debe denunciarse como escandaloso, tal como lo es también exigir sujeción política a los arquitectos, como hoy se hace, para poder encargarles la escasísima arquitectura institucional que se ha decidido construir.

Hemos vivido los venezolanos más de cuatro décadas con un populismo petrolero asociado a una democracia incompleta y minada por la corrupción que ha ignorado el papel esencial de la arquitectura como instrumento para una mejor calidad de vida. En el presente esa ignorancia se ha agudizado, abandonando nuestras ciudades al deterioro, acosadas por una --marginalidad objeto de beneficencia y fuente de provecho político.

Cito con frecuencia una frase de Claudius Petit (5) pronunciada en Caracas en 1983: "todo propósito político se manifiesta en el dominio de lo construido". Seguramente Pérez Jiménez, dictador ilegítimo, no pretendió expresar su propósito político con la Ciudad Universitaria, pero al construirla respetó el de los gobiernos democráticos anteriores a él. Hoy ella languidece deteriorada y sin recursos, amenazada legal y económicamente la institución a la que alberga, expresando otro propósito político. Está en nosotros interpretarlo y resistir.

(3) Publicada en la revista Ciudad, de la Alcaldía de Caracas, de la cual salió sólo un número en 1995.

(4) Como sí lo era Luis Malaussena (1900-1962), contemporáneo y amigo de Villanueva. Arquitecto académico que produjo algunas obras de tendencia moderna, manejadas por arquitectos alemanes que trabajaron en su oficina. Como fue el caso de una importante cadena de hoteles construidos durante los años finales de la dictadura de Pérez Jiménez.

(5) Eugène Claudius Petit (1907-1989), ex-Ministro de la Reconstrucción francés, amigo cercano de Le Corbusier y responsable de la terminación de la Unidad de Marsella y el conjunto de edificios de Firminy en sus tiempos de alcalde de esa ciudad. Fue nuestro invitado con motivo de una exposición en 1983 sobre la Iglesia de Firminy, que montamos junto con nuestros estudiantes de la Facultad de Arquitectura de la Universidad Central de Venezuela.

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Ficha Biográfica de Oscar Tenreiro

Oscar Tenreiro nació en Caracas en Noviembre de 1939. Es arquitecto desde 1960 y ejerce en Caracas desde 1968. Fue profesor de la Facultad de Arquitectura de la Universidad Central de Venezuela durante treinta y cuatro años, y hoy, ya jubilado, mantiene allí un Seminario semanal sobre Pensamiento y Arquitectura. Es Premio Nacional de Arquitectura de Venezuela 2002-2003. Escribe desde 2006 una página semanal sobre Arquitectura y Ciudad en el diario Tal Cual de esa ciudad. Fue profesor de Doctorado en La Facultad de Arquitectura de La Coruña en 1995. Ha sido conferencista en universidades de América y Europa. Recientemente participó como expositor en la Politécnica de Valencia en el Seminario sobre Arquitectura y Pensamiento realizado a mediados de Noviembre del año pasado.

Ubicación aproximada:

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Ficha técnica

Arquitectos:
Villanueva, Carlos Raúl (1)

Colaboradores:
Francisco Narváez, Héctor Poleo, Armando Barrios, Víctor Valera, Mateo Manaure, Pascual Navarro, Alejandro Otero, Oswaldo Vigas, Carlos González Bogen, Miguel Arroyo, Alirio Oramas, Henri Laurens, Alexander Calder, Fernand Léger, Jean Arp, Antoine Pevsner, Víctor Vasarely, Baltasar Lobo, André Bloc, Wifredo Lam

Tipología:
Equipamiento educativo (28)

Cliente:
Universidad Central de Venezuela

Situación:
Venezuela (3), Paseo de los Ilustres, Caracas

Superficie construida:
164 Ha

Año de finalización:
1954

Fotografía:
Paolo Gasparini

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